Tus dedos, podría escribir un mundo sobre tus dedos.
Pequeños, largos y fascinantes. Suaves plumas o fuertes garras, pero junto a mí.
Ligeros, flotaban y me hacían flotar. Finos y delicados, como las notas
musicales que suenan al fondo de una pieza, pero que sin ellas la melodía estaría
incompleta. Un suspiro tras un largo día, una sonrisa en un mar de caras
largas, una parada en este mundo que no para de girar. Me hacían reír cuando lo
necesitaba, me callaban cuando decía estupideces, estaban en mi cuando lo
necesitaba y los necesitaba cada vez más. Eran parte de mis sábanas, una
prolongación más, parte de tu cuerpo y el mío, cuando estábamos tan cerca era
complicado distinguirlos. Me hacían falta de día, es cierto, me encantaban los
buenos días de tus dedos, pero me gustaban aún más sus buenas noches. Me
gustaban tus dedos en mi café, en mis tostadas y enredados en mi pelo. Me
gustaba verlos, saber que estaban ahí, y que seguirían ahí aunque cerrara los
ojos muy muy fuerte. Me encantaban cuando hacían que temblaran mis rodillas,
pero también era genial ver como recorrían mi espalda para calmarme. Me gustaba
como producían escalofríos casi sin darse cuenta, su rapidez lentamente por mí.
Me enamoraban en la cocina, en la habitación y en la calle. Me apasionaban
apagando velas y me emocionaban encendiéndolas. Eran geniales con las caricias
y los masajes, pero también lo eran cuando estaban en mí, tan quietos pero tan
presentes, irradiando calor y energía. Me gustaban en mi boca, antes y después
de besarme. Cada pasito que daban en mí, cada vuelco que hacían dar a mi
corazón, cada sonido que hacían salir de mi boca, cada momento que me hacían
pensar en ti. Cosquilleos que me hacían reír o que me enfadaban, pero que
siguen presentes, que seguirán, como aquella canción que tanto te gustaba, como
esa canción que tanto me recordaba a ti y hace poco escuché. Eran como un canción
de los Beatles en una tarde de verano, como mil noches con otros concentrados
en un segundo y aún así más especial. Como la luz encendiéndose en tus ojos y
tapando los míos, como cada suspiro y cada respiración a tu lado, que son la
sintonía de mi día a día. Como un helado de chocolate en invierno. Podían
derretir el hielo de tu whisky en un segundo, hacían que la cerveza supiera
mejor. Me hacían tener más hambre de ti y a la vez sentir que no necesitaba más,
que podía pararme ahí y seguiría siendo tan irremediablemente feliz como en ese
mismo instante. Las películas se quedaban cortas, las canciones mudas y las
bebidas pocas cuando estaba con tus dedos. Podrían componer mil poemas o
escribir mil canciones que nunca sonarán tan bien como lo hacían en mi, sonaban
a amor, a amor puro, del bueno, del que no acaba y queda siempre guardado en la
memoria, como la más brillante novela autobiográfica. Mojados por la lluvia o
calientes por el sol, fríos en mis bolsillos o calientes en mi cama. Cansados y
aún así en mi, con ganas y yo con más. Salados por las palomitas que comíamos
mientras veíamos nuestra vida pasar, disiparse, perderse entre nuestros dedos. Solo
tú sabías darle así al play, al de nuestra música, al de nuestra vida, al de
nuestro amor. Todas las canciones se quedaban cortas si los tenía cerca. Recorriendo
mi sonrisa, esa sonrisa torcida inevitable al verte. No puedo hablar de amor
sin nombrarlos, no puedo hablar de mi sin ellos, formaron un capítulo en forma
de corazón, como el que me gustaba que dibujaras en mi espalda. Dejaron una
marca de ti en mi, en mi cuello, en mis piernas, en mi boca, en mi corazón.
Llegaron hondo, muy hondo, justo al lugar donde se crean los sueños, a ese
donde se dibujas las ilusiones, se disfrazan los sentimientos y se forma el
amor. Nadie sabrá hacer el desayuno, la cena ni el amor como ellos. Es bastante
improbable sentir lo que ellos me hacían sentir, pícaros, rebeldes y dulces al
mismo tiempo. Dulces cuando se metían en mi boca llenos de chocolate, dulces
cuando se metían en mi cuarto con ganas de más. Suaves por mi tripa, que tanto
les gustaba, fuertes en mis caderas y fríos al llegar. Como fuegos artificiales
en mi espalda cuando me abrazabas, como si encogieran mi corazón cada vez que
pensaba en ti. Me daban paz y a la vez me volvían loca, me tranquilizaban y me
hacían gritar. Era algo que quedaba entre tu y yo, que no podíamos compartir,
pero tampoco queríamos. Me dormiría cada noche con ellos, y es entonces cuando
más les echo de menos Me gustaban incluso cuando sabía que hacían daño, que
estaban poco a poco haciendo una madriguera, justo al lado de mi corazón, que
cuando marcharan dejarían una herida abierta. Y podría escribir mil palabras más,
un millón si quisiera, que nunca esas palabras calarían tan hondo como tus
dedos calaron en mí.
Tras la crisis del sábado decidí darme el gusto de escribir
una vez más sobre ti, pero creo que esto va a llegar a su fin. Escribir sobre ti
es seguir teniéndote en mi de alguna forma, y el tiempo no va a ayudarme si yo
se lo impido. Hoy ha sido un día de cambio y decisiones, hoy ha sido un buen día.
Encontraré nuevas formas de sentir y experimentar. Encontraré algo que me haga
sentir lo que quiero, lo que echo de menos y lo que tanto ansío.
El pasado es un prólogo.